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martes, 25 de noviembre de 2025

"El llanto"

Sigrid está acostada en su diván mirando el cielo raso de su habitación, entre amargada y alegre.
El atuendo para la boda de su hermana ha llegado y ese marrón chocolate de vestido le provoca náuseas.
Astrid tiene el peor gusto en todo; hasta se va a casar con un hombre más bajo, casi calvo y sin dinero que la mira indecentemente a ella.
Bien podría no ir, pero hay una pieza de joyería que quiere lucir.
Lo más fino de lo fino y, a la vez, el último conjunto de una diseñadora poco famosa pero demasiado talentosa.
Diamantes sobre oro blanco.
Solo para lucir ese conjunto de aros, gargantilla y pulsera, Sigrid iría a la insensata boda.
No era para opacarla; ella tenía un gusto diferente: oro y perlas; su vestido estaba lleno de perlas.
Sigrid tenía el color chocolate de las damas de honor.
¡Vaya fiesta a la farsa!
Ella había avisado: si el libidinoso se iba con todo el dinero de Astrid, ella no iba a mover un músculo para recuperarlo; incluso quiso hacer que su hermana lo hiciera firmar un contrato pre nupcial, pero el bajito miserable se las ingenió para llenarle bien la cabeza de estiércol a Astrid y a media familia, diciendo que Sigrid era una loca despechada con estándares políticamente incorrectos y quedó como la víctima.
Esto a ella le importaba un bledo.
Su familia, su apellido, no habían colaborado mucho en su vida; solo en lo monetario: amor verdadero y todo ese paquete no estaban incluidos en su paquete.
Sí, en el de Astrid; ella siempre fue la dulce niña de papi y mami.
Sigrid siempre fue más libre, quizás hasta rebelde para los estándares de la familia que, con la llegada del novio de Astrid, salieron por la ventana volando…
Tiene amigos diseminados por el mundo, así que mucho no le molesta ese semidesprecio de su familia; al fin y al cabo siempre fue una especie de oveja negra…
Luego de la oda al amor —así tituló su hermana a su matrimonio—, Sigrid se irá por ahí, quizás Milán, quizás Múnich.
Por fin el paquete de joyería llega.
Con las ansias de un niño en Navidad lo abre y se desilusiona.
Ese no es el juego; tiene un collar largo para la espalda y con un diamante óvalo en la punta; no tiene pulsera y los aros son largos de varias piezas de diamantes.
Es hermoso, sí.
Lee la pequeña nota donde la diseñadora se disculpa y su madre la llama para arreglarse y no la deja terminar.
Fastidiada se viste y se coloca el collar en la espalda; luce magnífico; los aros, para lucirlos bien, se sujeta en alto el cabello.
Esas piezas de yojeria lucían espectaculares ese diamante en su espalda se veía magnifico pero le empezó a pesar como una cruz.
Los aros parecían una catarata de diamantes óvalos pequeños.
Luego vienen las maquilladoras y la dejan muy bella, aunque innecesariamente oscura para su gusto, pero todas las damas de honor estaban igual.
—No nos disfrazaron de marineros porque está pasado de moda, pero sí de chocolates vivientes—
dice para sí y la estilista se ríe entre dientes.
Lista, se mira por última vez al espejo y empieza a sentirse triste y un poco sola.
Cuando llega su turno de caminar hacia el altar tiene ganas de llorar; un nudo en la garganta la aprieta con la fuerza de mil brazos.
Mientras Astrid le jura amor eterno al bajito, ella desea que pronto llegue su día de escuchar tan dulces palabras.
Mira a sus padres: llevan más de cuarenta años de casados y siguen juntos y felices.
¿Y ella qué tiene? Un montón de pretendientes huecos a los que no quiere.
Amigos lejos.
¿Para qué tanto dinero que le han costado parte de su felicidad si no hay en quién invertirlo ni compartirlo?
La tristeza se posa sobre ella como una sombra y no la deja.
Es la mariposa atrapada en la tela de araña de la angustia.
Durante la fiesta bebió mirando a las felices parejas… con los ojos lacrimosos.
Todos los invitados que se le acercan sienten su sombra de pena y se alejan.
Sigrid no era así, nunca lo había sido.
¿Qué le sucedía?
Ni ella sabía, pero tanto su hermana como el ahora su esposo la confortaron y ella lloró en sus brazos deseándoles la felicidad que ella no poseía.
Con las lágrimas a punto de bañarla atrapó el ramo y brindó por la feliz pareja.
Mas no resistió  y se fue a su habitación a llorar.
Lloró y lloró por lo que tuvo y perdió.
Por lo que no tuvo.
Por las partidas.
Por la gente que nunca llegó a su vida y la que se fue.
Se quito el collar pero con dificultad lo logro ese diamante en su espalda estaba como adherido y pesaba renegó un buen rato hasta que logro quitárselo.
Los aros parecían murmurar :Quédate con nosotros.
Igual ella solo quería llorar y lastimándose las orejas se los quito y siguió llorando.
Tal era su pena.
Y se quedó dormida sumergida en llanto.
A media mañana abrió los ojos enrojecidos y vio la tarjeta de la diseñadora donde se excusaba por enviar otra pieza.
Había un posdata que su madre, al apurarla, no la dejó ver.

«Querida Sigrid: Disculpas  por la tardanza pero este no es el conjunto que querías .No lo uses para la boda de tu hermana si estás enojada o no tenés pareja; este conjunto se llama “El llanto” y la última que lo usó lloró hasta desvivirse.
Al parecer los diamantes vienen de una mina embrujada por mujeres castigadas  eran brujas que sufrieron encerradas  cuenta la leyenda.
Perdón, mi asistente es un bruto."


martes, 18 de noviembre de 2025

"Gran ego "

Dicen que Dios le da las batallas más duras a sus mejores guerreros.
Basándonos en esto, Tamara es una gran guerrera de la vida y casi casi ya estaría por sobrevivir a un apocalipsis.
Su vida no ha sido fácil, pero tampoco tan extrema.
Solo ha pasado, como muchos, por un tiempo difícil y ahora quiere paz para sanar las cicatrices y descansar.
La guerra ha terminado. Punto final.
Quiere ondear la bandera blanca de la paz y reposar su mente en los juegos más locos y divertidos que encuentre.
Desea reír, gozar de las cosas simples de la vida.
Por ello es franca y eso no es bien comprendido por Tomás.
Tomás tiene un ego enorme y dice amarla sabiendo que no es correspondido. A su vez, Tomás ama ciertas no tan damas que se pavonean voluptuosas...
Es simple y llanamente un acto de ego masculino.
Tamara es un capricho.
Aunque ella sea cordial al negarse a querer tener algo con él, él se victimiza, la hace quedar como la villana de la historia y eso le alimenta el ego.
Tamara recibe mensajes malignos y hasta insultos por aquellas que no saben la verdad.
Tomás se comporta como si viviese en una novela turca.
Porque si hay algo que no tiene piernas y corre rápido es el chisme.
Y al verlo así humillado públicamente, las féminas se compadecen de él y... ¿no son tontos, cierto?
Tamara tiene otra guerra privada y nada santa que librar y es tan obsoleta hacerlo que solo desea hacer desaparecer la boca de Tomás.
Se comporta como un niño y consigue irritarla.
Ya que lo siente fatalmente falso y es así.
Tan grande es el ego de Tomás que cree que puede con todo y todos y sobre todo con todas.
El ego puede pervertir al mejor hombre. Tomás no lo es, obviamente.
El ego de Tomás no cabe en una habitación: se desborda por la puerta, se refleja en cada espejo que él mismo pule.
Cuenta anécdotas donde siempre gana, siempre brilla, siempre es el centro.
Siempre sabe las claves para todo y más para la IA tan de moda estos días.
Las cripto monedas donde dice ser rey.
Los consejos que da,la fama que se hace.
En su cabeza, las mujeres son trofeos que se alinean solas;
Tamara, la que se niega, es el trofeo que “aún no entiende”.
Se cree irresistible, invencible, indispensable.
Habla de “conquista” como si fuera guerra de verdad, y de “rechazo” como si fuera traición imperial.
Cada “no” lo infla más: “Es que no me conocen”.
Cada silencio lo justifica: “Están celosas”.
Y ese ego lo arrastra al borde.
Una noche, envalentonado por los “pobrecito” que aún le quedan, decide apostar todo:
se presenta en la casa de una de las damas que lo adulan, promete lo que no tiene, miente sobre Tamara para sentirse deseado.
Pero ella, harta de sus cuentos, lo confronta con la verdad que él mismo sabe:Él no es nada de lo que dice.
La discusión sube de tono, la puerta se cierra de golpe.
Al día siguiente, la historia corre de boca en boca: la dama cuenta todo en la cafetería, en el gimnasio, en la oficina y llega a todos los que debían enterarse y los que ignoraban de su existir.
Su nombre se vuelve chiste en las reuniones, burla en los pasillos.
Las invitaciones se evaporan, las sonrisas se congelan.
Ya no hay un "pobrecito" ni un ganador, solo un perdedor.
Y enorme como todo lo que siempre quiso ser: IMPORTANTE.
Ahora es importante porque es un fraude.
El ego que lo empujó a querer ser rey lo deja mendigando migajas de respeto y denunciando abusos.
Tomás cae solo, sin corona, sin público.
Un ego enorme para un pequeño hombre tuvo hasta que el sol de la verdad ilumino su mundo de fantasía.
Tamara, desde su paz recién ganada, ni siquiera mira atrás.
Al final iza su bandera blanca.
Paz.

domingo, 9 de noviembre de 2025

"Cazador de almas literarias "

Lorenzo es un hombre que ha crecido entre libros y así se ha educado.
Hoy profesor de letras retirado.
Es de esos mal llamados “bichos raros” que van leyendo en el colectivo.
No le importa leer en pdf o en papel mientras esté bien narrado con las palabras justas, una prosa muy fluida y corta en metáforas; Lorenzo se da por conforme.
A pesar de no ser conformista —y mucho menos en ese ámbito—, suele ser bastante crítico: antes de criticar lee dos veces y luego pobre de ti si eres el autor.
Trabajó de crítico literario un tiempo, pero era agotador tener que dar las notas todo el tiempo; algunos merecían otra oportunidad, pero la editorial lo quería implacable.
Y lo fue hasta que dejó de serlo. Era tarde: ya se había ganado el título de “Cazador de almas literarias” en la comunidad. Con eso a cuestas dejó todo y se dedicó a leer y buscar joyas entre libros usados en las librerías de todo el país.
Conseguir primeras ediciones o traducciones de autores extranjeros por autores argentinos era su deleite.
Un día entró a una librería como siempre lo hacía y compró una oferta de 3x2 en libros usados.
Entre ellos había un clásico de Antón Chéjov con una tierna dedicatoria de unas nietas a su abuela, La Galatea de Miguel de Cervantes y otro de poemas de Juan Gelman; todos tenían ese olor a libro viejo que tanto bien le hacía al alma a Lorenzo.
Era un pasatiempo costoso a veces, pero era tan satisfactorio que se había vuelto un vicio; su casa tenía una biblioteca llena a la cual ya había que expandir hacía mucho tiempo. Con las estanterías por armar se sintió levemente frustrado, mas tomó sus herramientas y puso manos a la obra.
Terminada la jornada se sentía cansado para leer, así que separó el libro de Chéjov para su librero especial —guardaba aparte los usados con dedicatorias, porque si a él no le hubieran regalado de niño un precioso libro de fábulas hoy no sería el hombre que era— y puso los demás en su vitrina de usados.
Quedaba uno.
Un volumen delgado, encuadernado en cuero gastado, sin título ni en la tapa.
Lo abrió sobre la mesa de la cocina, entre migas de pan y una taza de té frío.
Las páginas estaban en blanco.
Todas.
Casi doscientas hojas de papel verjurado, sin una sola marca.
Lorenzo pasó el dedo por el borde: nada.
Apretó el libro contra la luz: ni sombra de tinta.
Lo olió. Olía a papel nuevo, no a viejo.
Cerró la tapa.
La abrió otra vez.
Blanco.
Dejó el libro abierto y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, el libro ya no estaba en blanco.
Toda su vida estaba escrita allí, pero no era la suya.
Desde la primera página: Lorenzo tenía siete años y su abuela le regalaba el libro de fábulas, pero la abuela era otra, en otra ciudad, en otro año.
A los doce leía en el colectivo, pero el colectivo era otro, la calle era otra, la ciudad era otra. Entraba a la facultad con beca, pero la carrera era distinta, los compañeros eran otros. Publicaba su primera crítica, pero en otra revista, con otro nombre. La editorial lo hostigaba, pero él resistía y fundaba su propia editorial chica.
La biblioteca crecía, pero no en esa casa: era una librería propia, abierta al público y café.
Todo era distinto.
Hasta la oferta 3x2: la compraba, pero era él quien atendía detrás del mostrador.
La última línea decía: “Esta es la vida que podrías haber tenido si hubieras escrito en vez de solo leer. Si te hubieses revelado”
Lorenzo cerró el libro.
Lo abrió otra vez.
La historia seguía: Lorenzo abriendo su librería a las nueve de la mañana, recibiendo a los primeros clientes.
Dando talleres de escritura los jueves.
Publicando antologías con autores jóvenes.
Viajando a ferias del libro, no a cazar joyas, sino a presentar las suyas.
Todo con libros.
Los mismos libros, pero ahora eran suyos: editados, firmados, compartidos.
Cerró el libro.
Lo abrió.
En la última hoja, en blanco, apareció una sola frase: “Si querés esta vida aceptá"
Lorenzo tomó un bolígrafo y cuestionó
¿Quién eres?
El libro respondió:
Tu apodo.
Lorenzo hizo memoria, asintió con la cabeza y volvió a mirar el libro.
¿Sería diabólico?
¿Sería su imaginación?
Y su mente se llenó de serías... hasta que con mano temblorosa tomó la lapicera y
escribió una palabra: “Acepto.”
El libro se cerró solo.
Cuando lo abrió de nuevo, la primera página había cambiado.
Ahora empezaba: “Lorenzo es un hombre que siempre amó los libros y los gozó, pero un día decidió que también los escribiera.”
Y así, sin abandonar un solo volumen, su pasado se reescribió.
La biblioteca siguió llena.
Los libros usados siguieron llegando.
Pero ahora él era el autor, el editor, el librero.
Y el libro en blanco se convirtió en su primer manuscrito publicado.


Un libro cualquier libro amable lector te puede cambiar la vida.
No tan radicalmente como este "Cazador de almas literarias" pero puede.

"Falsedad vampirica"

Morly, una vampiresa, se acerca a otra vampiresa para darle consejos sobre lo que la sangre en mal estado puede hacerle y de ahí se ponen a ...