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martes, 2 de septiembre de 2025

"La amante del viento"


Desde pequeña, Fedra sintió el viento como si fuera parte de sí misma, una extensión de su cuerpo. El día que nació, hubo un huracán en la ciudad vecina y su máximo poder se desató cuando ella empezó a llorar en los brazos de su padre. En su ciudad también hubo destrozos, pero no donde ella y su familia estaban: solo se sintió un rugido sin daños.Cada año, en su cumpleaños, vientos indomables recorrían el mundo, especialmente cuando Fedra soplaba las velas. Mientras otros tiritaban bajo las ráfagas, ella no sentía frío; por el contrario, el viento le brindaba una libertad indescriptible. Sus caricias en la nuca, su roce en la piel, se volvieron con los años un deleite casi sensual. El viento le acariciaba la nuca y todo su ser de una manera que, con el paso de los años, era casi sensual.Se paraba delante de la ventana de su departamento, ubicado cerca del río en el último piso, abría las ventanas, se desnudaba y se quedaba parada, siendo amada por el viento. Si de día iba a trabajar y una pequeña brisa la cruzaba, ella sabía que sería una jornada provechosa, y así lo era. El viento le entrelazaba la mano y la llevaba por la vida.Cuando el calor agobiaba, ella se sentaba junto al mar a ver las olas y lloraba si no las había. Ver crecer las olas era otro placer. Una noche, movida por su curiosidad, investigó sobre los cursos de los vientos y, revisando, encontró un grupo de investigación. Cuando llegó, una ráfaga de su amado le abrió las puertas y una persona dijo: —Aquí somos del viento.Ella era una con el viento, no ellos. Fedra sentía que eran unos farsantes, aunque optó por entrar. Allí nada era real ni teórico, todo era ficticio: especulaciones lunáticas. Alguien explicaba que en realidad no debemos temer a la muerte pues ya estamos muertos, y otro lo contradecía diciendo que aún no habíamos nacido.Fedra se marchó. Tras su salida, un vendaval azotó las puertas, dejándolas en pésimo estado. Se tiró en un sofá en su casa, miró la ventana que se abría y pensó en las montañas; anhelaba sentir el aire puro en las alturas. Sacó un pasaje a la cordillera.Llegó y empezó a caminar y a escalar. Sentía el viento susurrando en su oído y, con más fervor, subía la montaña. Una vez allí, sin paracaídas ni ningún resguardo, se sentó lejos de todos los turistas y conversó con el viento. Ella lo tocaba, él la tocaba y, al final, ella saltó. Era una con el viento; la libertad se apoderó de ella. Su mente y su alma estuvieron de acuerdo con su corazón: el viento era fugaz y simplemente se arrojó a sus brazos, cual amante desesperada.Nunca encontraron su cuerpo. Se dice que Fedra era la amante única del viento y que, si escuchas con atención en noches de tormenta, oyes su nombre.